A principios del siglo XX nace en
Italia el Futurismo, movimiento artístico encabezado por el poeta Tommaso
Marinetti y cuyos alcances se extendieron a diversas formas de expresión
artística fascinadas por el dinamismo del mundo moderno. Los principios
del Futurismo aparecen publicados en Le Figaro el 20 de febrero de 1909, bajo el
nombre de “Manifiesto futurista”, cuyas primeras líneas
versan así:
Cantaremos a las grandes
muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía, las resacas
multicolores y polífonas de las revoluciones en las capitales modernas: la
vibración nocturna de los arsenales y de los almacenes bajo sus violentas lunas
eléctricas, las estaciones ahitas, pobladas de serpientes atezadas y humosas,
las fábricas suspendidas de las nubes por el bramante de sus chimeneas; los
puentes parecidos al salto de un gigante sobre la cuchillería diabólica y
mortal de los ríos, los barcos aventureros olfateando siempre el horizonte, las
locomotoras en su gran chiquero, que piafan sobre los rieles, bridadas por
largos tubos fatalizados, y el vuelo alto de los aeroplanos, en los que la
hélice hace chasquidos de banderolas y de salvas de aplausos, salvas calurosas
de cien muchedumbres.
La
vertiente musical de este movimiento fue encabezada por el pintor Luigi Russolo
—considerado uno de los primeros teóricos de la música electrónica— quien
publica los preceptos de la música futurista en 1913 bajo el título de L’arte dei
rumori (“El
arte de los ruidos”). Russolo considera que la llegada del ruido marca un nuevo
episodio en la historia de la música, al renovar la gama de sonidos y con ello
las viejas estructuras puras y de armonías suaves de la música que le antecede.
“La vida antigua —dice Russolo— fue toda silencio. En el siglo diecinueve, con
la invención de las máquinas, nació el ruido. Hoy el ruido triunfa y domina
soberano sobre la sensibilidad de los hombres […] la máquina ha creado hoy tal
variedad y concurrencia de ruidos, que el sonido puro, en su exigüidad y
monotonía, ha dejado de suscitar emoción”. Los futuristas piensan que la
música, al igual que el resto de las expresiones artísticas, adolecen de
cansancio, por eso es necesario provocar al oído, enfrentarlo de manera
consciente y atenta a su realidad histórica, remitirlo “brutalmente a la vida”,
y nada mejor que el ruido con su fuerza, confusión e irregularidad para volver
a emocionar al ser humano.
El
arte musical de los futuristas es definido por Russolo como ‘sonido-ruido’, es
decir, una música compleja y disonante que amalgama los sonidos más variados,
extraños y hoscos producidos por la vida corriente de la modernidad:
Salgamos, puesto que no podremos
frenar por mucho tiempo en nosotros el deseo de crear al fin una nueva realidad
musical con una amplia distribución de bofetadas sonoras […] Atravesemos una
gran capital moderna, con los oídos más atentos que los ojos, y disfrutaremos
distinguiendo los reflujos de agua, de aire o de gas en los tubos metálicos, el
rugido de los motores que bufan y pulsan con una animalidad indiscutible, el
palpitar de las válvulas, el vaivén de los pistones, las estridencias de las
sierras mecánicas, los saltos del tranvía en los rieles, el restallar de las fustas,
el tremolar de los toldos y las banderas. Nos divertiremos orquestando
idealmente juntos el estruendo de las persianas de las tiendas, las sacudidas
de las puertas, el rumor y el pataleo de las multitudes, los diferentes
bullicios de las estaciones, de las fraguas, de las hilanderías, de las
tipografías, de las centrales eléctricas y de los ferrocarriles subterráneos.
Los
músicos futuristas, también conocidos como ‘ruidistas’, se dan a la tarea de
explorar artística y científicamente al ruido: lo clasifican en seis
familias (1: estruendos,
truenos, explosiones, barboteos, golpes y bramidos; 2:
silbidos, pitidos y bufidos; 3: susurros, murmullos,
refunfuños, rumores y gorgoteos; 4: estridencias, chirridos,
crujidos, zumbidos, crepitaciones y fricciones; 5:
ruidos obtenidos por la percusión sobre metales, maderas, piedras y pieles; 6:
voces, gritos, chillidos, gemidos, risotadas y estertores de hombres y
animales), inventan mecanismos para recrear sonidos industriales (aullador,
zumbador, crepitador, gorgoteador, estruendor, explotador y frotador) y
fusionan musicalmente los ruidos en piezas que son una suerte de banda sonora
que combina los sonidos de la vida cotidiana de la época industrial.
Los
ruidistas advierten demasiado temprano el encanto que algunos años más tarde
habría de ejercer el ensordecimiento, la potencia y las experiencias sonoras
extremas, y digo temprano porque su propuesta parece no haber encontrado muchos
seguidores en su época, tal como lo señala Russolo al hablar del único inconveniente
que encuentra en los conciertos: “la brutalidad del público que no quiere
escuchar”. Podemos considerar revolucionaria la música futurista por haber
abierto los oídos en una época en donde la mayoría pretendía cerrarlos, y por
haber convertido en arte a un desecho industrial.
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